Apareció el monedero y no como yo habría imaginado ni en el mejor de los casos. Finalmente no fue un peatón honesto el que lo devolvió a la policía, ni ningún ciclista que lo vió de reojo al pasar cerca, ni un taxista tomando un pequeño descanso mientras espera a un cliente.
Apareció por si mismo, intacto, y con todo aquello que guardaba en su interior. Gracias a todos los que me han aguantado durante poco más de veinticuatro horas dando el follón, esperándome mientras hacía el papeleo e invitándome por mi mala cabeza. Hoy voy a dormir muy bien. Mañana, rumbo a casa.